"Dictaturae ad tempus sumebantur"
(Tac.Ann.1.1.2-3)
En el comienzo mismo de sus Anales el historiador romano Tácito nos dice, en un sucinto recorrido de la historia de Roma, que "las dictaduras se adoptaban con carácter temporal". Es decir, se trataba de estados de excepción, como emergencias políticas cuya duración se suponía corta. Si suponemos que el estado caótico en el que cayó la 2ª República española reclamaba la solución de una dictadura, podríamos concluir que ésta era necesaria si la hubiera guiado la buena intención de restaurar el orden público trastornado por continuas alteraciones. Pero si los fautores de la dictadura militar hubieran tenido buenas intenciones, tendrían que haber respetado, ante todo, el estado de derecho que se había instaurado por refrendo popular y este estado era el de la República. No era este el propósito de los militares sublevados, sino el de derrocar el estado constitucional. Los mandos militares no conspiraban para restablecer el orden, sino con el pretexto de restablecer el orden, que es algo muy distinto. ¿Cuáles eran, entonces sus verdaderos propósitos? Pues, sencillamente, los de derrocar a la República. Se vio enseguida que los sublevados tomaban partido por las clases acomodadas y que el levantamiento militar no tenía otro propósito que restablecer la situación anterior a la República, o sea, prolongar la injusticia social que ésta pretendía corregir. Por eso la dictadura que se iniciaba con la revuelta militar no iba a tener carácter temporal, sino vitalicio: aspiraba a mantenerse indefinidamente en el poder, como así ocurrió. La sublevación no venía a restaurar el orden, sino a instaurar a perpetuidad la situación de privilegio de unas clases con respecto a otras. Y, desde luego, a secuestrar por tiempo indefinido el régimen de libertades que pedía la república. Venía sobre todo a defender la causa de los ricos, no a defender al pueblo como tal.
La connivencia entre los mandos militares y la derecha fascista se organizó muy pronto a raíz del golpe militar. La derecha se armó (o fue armada) y el mando militar delegó en los paramilitares de la Falange la tarea de organizar la guerra sucia contra el adversario político inerme y totalmente indefenso. En seguida se procedió a detener a quienes habían mostrado sus preferencias por la república, para conducirlos de la cárcel al paredón, antes de que pudieran incorporarse a los frentes de lucha.
Franco instituyó una de las primeras dictaduras vitalicias de la Edad Moderna. Hizo y deshizo a su antojo y ordenó fabricar una legislación a su propia medida, cual fue el tinglado jurídico que se llamó la Causa General. El dictador nunca soltó el poder que venía detentando desde hacía casi 40 años. Y trató de prolongarlo en sus seguidores, de modo que a su muerte todo quedara “atado y bien atado”
No hay democracia fiable mientras persista ese franquismo larvado, enquistado en el cuerpo de la democracia española. Ya nos están previniendo las naciones que saben de la tragedia española y los crímenes de la dictadura, crímenes de lesa humanidad que son por tanto imprescriptibles.
La validez de la democracia española estará en entredicho, en tanto que no se desmantele por completo ese franquismo residual.
Ni siquiera se ha conseguido, por parte de quienes lo han intentado, anular condenas tan clamorosamente inicuas como la del poeta Miguel Hernández (se le conmutó la pena de muerte por la de cadena perpetua) Y se le dejó morir en la cárcel, negándole los cuidados que su grave estado de salud requería.
No hace mucho tiempo, la nuera del poeta, Lucía Izquierdo, solicitó la anulación de la condena. Y su solicitud fue denegada por el tribunal nombrado al efecto. Y eso después de la generosa amnistía que, en nombre de la izquierda, firmaron en 1977 quienes decían representarla, sin contar con la opinión de los demás. La derecha, por su parte, ni se dignó firmar esa amnistía.
Esta es la precaria y “valetudinaria” democracia de la que gozamos... y penamos los que padecimos aquella dictadura.