(Gen. 2. 26)
Dice la Biblia que ‘Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza’. Pero, recíprocamente, el hombre proyectó sobre Dios (y sobre el Demonio) sus propios esquemas humanos. Es decir, el hombre imaginó a Dios como imagen y semejanza de sí mismo. Los propios defectos y virtudes los proyectó en esos ‘espíritus superiores’ que son, respectivamente, Dios y el Demonio, o el Ángel Caído. Cuando el hombre concibe a Dios, o al Demonio, suele atribuirles características humanas, los imagina como humanos, a veces, ‘demasiado humanos’. Así Dios se considera susceptible de ser poseído por la ira. Y una de las invocaciones de la letanía dice expresamente: Ab ira tua, libera nos, Domine. Este Leitmotiv de la ira divina lo repite la liturgia en más de una ocasión. Por ejemplo, en la secuencia Rorate caeli desuper, en el tiempo de Adviento, se pide a Dios: Ne irascaris, Domine, ne ultra memineris iniquitatem... (No te irrites, Señor, no recuerdes más nuestra maldad...) En el Libro de Job, volvemos a encontrar de nuevo la alusión a la ira divina: Ubi me abscondam a vultu irae tuae? (¿Dónde me esconderé del semblante de tu ira ?) Veíamos recientemente, en las letras de algunos himnos religiosos, a Satanás, reducido a la condición de un ‘pobre diablo’. Y a la grey piadosa interpelándolo como si se tratase de un ser humano, despechado y rencoroso. Y encarándose con él, le reprendía en estos términos:
-¡Escúchalo, escúchalo, Satanás, en tu rencor furibundo! ¡Jamás te olvides, jamás, jamás!
Aunque la apóstrofe está dirigida expresamente a Satanás, el mensaje está abierto a todos los que escuchan. Estos deben enterarse de que existe una promesa por parte de Cristo y es la de “reinar en España”, con un trato de favor sobre los súbditos de otras nacionalidades. Que lo sepan cuantos escuchen la letra de ese himno.
Otrosí, en el himno dedicado a ese “Rey de los siglos, rey vencedor”, se dedica una apóstrofe, esta vez a Cristo, para refrescarle la memoria, por si acaso hubiera olvidado su conocida 'promesa':
-¡Escúchalo, escúchalo, Satanás, en tu rencor furibundo! ¡Jamás te olvides, jamás, jamás!
Aunque la apóstrofe está dirigida expresamente a Satanás, el mensaje está abierto a todos los que escuchan. Estos deben enterarse de que existe una promesa por parte de Cristo y es la de “reinar en España”, con un trato de favor sobre los súbditos de otras nacionalidades. Que lo sepan cuantos escuchen la letra de ese himno.
Otrosí, en el himno dedicado a ese “Rey de los siglos, rey vencedor”, se dedica una apóstrofe, esta vez a Cristo, para refrescarle la memoria, por si acaso hubiera olvidado su conocida 'promesa':
Acuérdate, Señor, que prometiste
que en nuestra España habías de reinar.
Este tu pueblo, un día memorable,
se consagró a ti sin vacilar.
Nuevamente caemos en la simpleza de considerar a Dios como un ser "humano, demasiado humano", capaz de tener fallos de memoria, como el hombre. Es un dios muy casero ese al que hay que recordarle (no sea que se le vaya a olvidar) la promesa "hecha a un hijo de Loyola". Un dios demasiado parecido al ser humano, hecho "a imagen y semejanza del hombre".
Al fin y al cabo, más que aquello de que "Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza" lo que resulta evidente es que "el hombre concibió a Dios con los parámetros del ser humano". Y muy especialmente desde el modelo de la sociedad heril: un señor y unos servidores, un rey y unos vasallos, etc.
Por eso, la definición que el catecismo Ripalda daba de Dios resulta un tanto pintoresca:
"Un señor infinitamente bueno, sabio, poderoso, principio y fin de todas las cosas".
Por muy bueno, sabio y poderoso que lo imaginemos, y por más que lo reputemos 'como el principio y fin de todas las cosas', empezamos por imaginarlo como "un señor". Dios es..."un señor" (quidam senior) La imagen proviene de los esquemas mundanos conocidos: amos / siervos, dueños / esclavos. Incluso, padres / hijos. Esta última es una imagen más dulcificada y amable.
Lo de "acuérdate, Señor", es un recordatorio que más bien está dirigido, subliminalmente, a los fieles creyentes: 'Acordaos de que Dios prometió...
Un dios, en fin, "ad usum delphini", ese eterno educando que es el pueblo, sencillo y crédulo.