jueves, mayo 24, 2012

HUMANO, DEMASIADO HUMANO

Et ait Deus: faciamus hominem ad imaginem et similitudinem nostram



(Gen. 2. 26)



Dice la Biblia que ‘Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza’. Pero, recíprocamente, el hombre proyectó sobre Dios (y sobre el Demonio) sus propios esquemas humanos. Es decir, el hombre imaginó a Dios como imagen y semejanza de sí mismo. Los propios defectos y virtudes los proyectó en esos ‘espíritus superiores’ que son, respectivamente, Dios y el Demonio, o el Ángel Caído. Cuando el hombre concibe a Dios, o al Demonio, suele atribuirles características humanas, los imagina como humanos, a veces, ‘demasiado humanos’. Así Dios se considera susceptible de ser poseído por la ira. Y una de las invocaciones de la letanía dice expresamente: Ab ira tua, libera nos, Domine. Este Leitmotiv de la ira divina lo repite la liturgia en más de una ocasión. Por ejemplo, en la secuencia Rorate caeli desuper, en el tiempo de Adviento, se pide a Dios: Ne irascaris, Domine, ne ultra memineris iniquitatem... (No te irrites, Señor, no recuerdes más nuestra maldad...) En el Libro de Job, volvemos a encontrar de nuevo la alusión a la ira divina: Ubi me abscondam a vultu irae tuae? (¿Dónde me esconderé del semblante de tu ira ?) Veíamos recientemente, en las letras de algunos himnos religiosos, a Satanás, reducido a la condición de un ‘pobre diablo’. Y a la grey piadosa interpelándolo como si se tratase de un ser humano, despechado y rencoroso. Y encarándose con él, le reprendía en estos términos:
-¡Escúchalo, escúchalo, Satanás, en tu rencor furibundo! ¡Jamás te olvides, jamás, jamás!
Aunque la apóstrofe está dirigida expresamente a Satanás, el mensaje está abierto a todos los que escuchan. Estos deben enterarse de que existe una promesa por parte de Cristo y es la de “reinar en España”, con un trato de favor sobre los súbditos de otras nacionalidades. Que lo sepan cuantos escuchen la letra de ese himno.
Otrosí, en el himno dedicado a ese “Rey de los siglos, rey vencedor”, se dedica una apóstrofe, esta vez a Cristo, para refrescarle la memoria, por si acaso hubiera olvidado su conocida 'promesa':

Acuérdate, Señor, que prometiste

que en nuestra España habías de reinar.

Este tu pueblo, un día memorable,

se consagró a ti sin vacilar.

Nuevamente caemos en la simpleza de considerar a Dios como un ser "humano, demasiado humano", capaz de tener fallos de memoria, como el hombre. Es un dios muy casero ese al que hay que recordarle (no sea que se le vaya a olvidar) la promesa "hecha a un hijo de Loyola". Un dios demasiado parecido al ser humano, hecho "a imagen y semejanza del hombre".

Al fin y al cabo, más que aquello de que "Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza" lo que resulta evidente es que "el hombre concibió a Dios con los parámetros del ser humano". Y muy especialmente desde el modelo de la sociedad heril: un señor y unos servidores, un rey y unos vasallos, etc.

Por eso, la definición que el catecismo Ripalda daba de Dios resulta un tanto pintoresca:

"Un señor infinitamente bueno, sabio, poderoso, principio y fin de todas las cosas".

Por muy bueno, sabio y poderoso que lo imaginemos, y por más que lo reputemos 'como el principio y fin de todas las cosas', empezamos por imaginarlo como "un señor". Dios es..."un señor" (quidam senior) La imagen proviene de los esquemas mundanos conocidos: amos / siervos, dueños / esclavos. Incluso, padres / hijos. Esta última es una imagen más dulcificada y amable.

Lo de "acuérdate, Señor", es un recordatorio que más bien está dirigido, subliminalmente, a los fieles creyentes: 'Acordaos de que Dios prometió...

Un dios, en fin, "ad usum delphini", ese eterno educando que es el pueblo, sencillo y crédulo.

miércoles, mayo 23, 2012

THΔE TH HΛIKÍA

"A esta edad" (τῇδε τῇ ἡλικίᾳ), la frase en lengua griega que da título a esta entrada, corresponde a una expresión de Sócrates, según refiere Platón en su diálogo titulado Defensa de Sócrates. Con ella, con la frase en cuestión, Sócrates enfatizaba la que él consideraba su ‘avanzada’ edad. ¿Cuál era esta edad que el maestro consideraba ‘avanzada’? Pues, según precisaba el propio interesado, había cumplido ya los 70 años (ἔτη  γεγονς   ἑβδομήκοντα) Bueno, puede que en su criterio se tratara de una edad bastante considerable, pero hoy día parece que el listón de lo que se entiende por edad provecta está un pelín más alto que la cifra que resultaba para Sócrates notablemente alta. Ese listón sobrepasa ya la raya de los 80 y se aproxima bastante a los 90.

“A esta edad”, enfatizaba Sócrates, porque, sin duda, en aquellos tiempos, alcanzar los 70 años supondría todo un record de longevidad. Lo que Sócrates consideraba impropio de esa, en su opinión, avanzada edad, era preocuparse, como un mozuelo, por pulimentar sus discursos, esmerándose en el aspecto retórico de los mismos. Él se proponía exponer los argumentos en los que basaba su propia defensa, con palabras corrientes, espontáneas, tal como le acudieran a la memoria, sin preocuparse por las florituras del discurso “como si de un adolescente se tratara”. Sócrates promete hablar lisa y llanamente, preocupado sólo por exponer la verdad de la manera más escueta y directa.

Otro de los inconvenientes de los que, en su opinión, se ve dispensado, en consideración a lo ‘avanzado’ de esa edad, es el ‘miedo a la muerte’. A esa edad, Sócrates piensa haber vivido ya lo bastante como para no sentir miedo a morir. Se considera tan próximo a la muerte, que puede decir que la tiene perfectamente asumida, que está preparado para la misma.

El optimista que era Sócrates consideraba que lo avanzado de su edad le reportaba, por tanto, más ventajas que inconvenientes. 70 años, según él, eran muchos años. O, al menos, los suficientes para sentirse liberado de prejuicios y vanos temores, como el del miedo a la muerte.

“NO LE HACE”

*Monumento al ajero, en Aceuchal

El latiguillo, modismo o clisé verbal que da título a esta entrada está, hoy día, (que yo sepa) en desuso; pero hubo un tiempo en que se utilizaba con relativa frecuencia. Su significación era equivalente a decir “no tiene importancia”, “no hay inconveniente”, “no es obstáculo”, etc. Pongamos algunos ejemplos de su empleo. Si alguien decía, por ejemplo, “quisiera acercarme a comulgar, pero no he guardado el ayuno eucarístico”. Alguien podría decirle: “No le hace. Ahora se puede tomar la comunión sin haber guardado el ayuno desde las 12 de la noche del día anterior”. En general, el “no le hace” venía a significar que el presunto obstáculo, o inconveniente, alegado por el que lo proponía, no era impedimento a tener en cuenta. Probablemente, el latiguillo ni siquiera fue originario de España. Puede que viniera de alguna de las naciones de habla hispana. Es lo que parece desprenderse de la letra de una vieja canción (recuerdo haberla oído cantar a mi tía M., la más joven de mis tías, allá en mi ya lejana niñez)
La letra la he visto, a través de Google, como perteneciente a una cancioncilla popular de Chile: La chiquitita quiere casarse; / dicen que le hace, pero no le hace...etc. Y el estribillo:
Dicen que le ha- que le ha- que le ha-ce, ¡ay, ay, ay.../ pero no le hace!

Este sonsonete me rondaba hace días la cabeza, traído a la memoria por el reflujo del tiempo. Leyendo ahora en Google la copleja, veo que corresponde al grupo de las cancioncillas picaresco-sicalípticas, que tanto se prodigaron en una época de represión sexual; cuando la sobrecarga obscena se aliviaba a través de cuplés, con letras alusivas a los órganos sexuales. En este caso se habla de una ‘pollita’: “
El otro día la encontré / debajo de una niara, / debajo estaban los huevos / y arriba... y arriba estaba la paja” .
Eran coplillas de las que aún queda memoria en mi lugar, como la que habla del ‘cebollinero’ que ‘plantó sus cebollinos en lo más hondo del huerto’.

En fin, puede que alguien me reproche traer a la memoria estas antiguallas. Pero...¡no le hace!.

Lo importante es que, a estas alturas de la vida, aún funcione aceptablemente la memoria.

viernes, mayo 11, 2012

“REINARÉ EN ESPAÑA”

La devoción al Corazón de Jesús, promovida principalmente por los jesuitas, se prolongó durante más de tres siglos, aproximadamente desde el último cuarto del siglo XVII hasta el último cuarto del siglo XX, en el que parece haber iniciado su declive. Nótese que este declive corresponde plenamente a la etapa que políticamente se conoce como la Transición.

Los hitos más destacables a tener en cuenta en relación con esta devoción son las presuntas revelaciones de Cristo, bajo la advocación del Corazón de Jesús, a la monja Sor Margarita María de Alacoque, de una parte, y, de otra, al jesuita P. Bernardo de Hoyos. A base de las supuestas promesas divinas recibidas por el uno y la otra, tomó un auge extraordinario la devoción al Corazón de Jesús. La propagación de esta devoción fue fulgurante, extendiéndose desde Europa a América, en especial, la de habla hispana. Se multiplicaron las imágenes y monumentos de Cristo bajo esta advocación. El plan era consolidar el reinado de Cristo en la tierra: Cristo Rey. Este era el lema, el mot d’ordre, que propugnaba el nuevo movimiento religioso. Algo que parecía contradecir las mismas palabras de Cristo: “Mi reino no es de este mundo” (Ioan. 18.36) Entre los monumentos al Sagrado Corazón adquiere especial relieve el conocido como el del Cerro de los Ángeles, donde tuvo lugar el episodio del fusilamiento de la imagen, que serviría para demonizar la causa republicana, a la vez que para justificar el golpe de Estado que dio al traste con ella y a la represión sistemática de quienes fueron considerados los enemigos de Dios.

Los jesuitas, como se ha dicho, fueron los principales promotores de la devoción al Corazón de Jesús. En el clima favorable que la nueva devoción suscitaba, los jesuitas fundaron la revista El Mensajero del Corazón de Jesús, de gran difusión en España. La devoción alcanzó uno de sus puntos culminantes con la consagración solemne de España al Sagrado Corazón, llevada a cabo en 1919, por el rey Alfonso XIII.

Fue un día apoteósico en los anales de la nueva devoción: una fusión entre lo temporal y lo eterno, monarquía y reino de Dios, en la persona de Cristo, casaban admirablemente. Cristo Rey se entronizaba en los hogares, se multiplicaban las imágenes del Sagrado Corazón, a veces con la leyenda “Reinaré en esta casa”. Proliferaban los himnos y motetes con el tema del reinado de Cristo, el Leitmotiv “Christus regnat” se repetía por doquier, tanto en latín como en castellano. Se practicaba la devoción de los primeros viernes, según la promesa hecha por el propio Cristo a la beata, luego santa, Margarita María de Alacoque. Según la cláusula duodécima de esa promesa, comulgando los nueve primeros meses de cada mes, ininterrumpidamente, se aseguraba uno prácticamente la eterna salvación. ¿Cómo no caer en el señuelo de tan jugosa promesa? Total, a cambio de una práctica que no suponía demasiado sacrificio, se podía ganar el cielo fácilmente.

En vano, desde el propio seno del clero secular surgieron voces para atajar unas creencias que rondaban abiertamente la superstición. Sin duda, resultaba un infundio lo de que Cristo prometiera reinar con especial predilección en España. En realidad, esa creencia constituía una variante de la vieja alianza de Dios con el pueblo “elegido”, alianza sobre la que se asienta el Antiguo Testamento. España era ahora el pueblo elegido, el “pueblo de Dios”, por antonomasia.

Pero, claro, todo este empeño por disuadir a quienes procuraban mantener este estado de cosas era “ir contra corriente”. Especialmente porque el franquismo fomentó esa particular simbiosis del catolicismo con el régimen. Había demasiados intereses creados entre el uno y el otro, como para intertar desmontar los respectivos mitos que, en provecho mutuo, habían fabricado tanto el primero como el segundo.

miércoles, mayo 09, 2012

LETRAS VICIADAS

Suele ocurrir con bastante frecuencia que, al tomar al oído las letras de algunas canciones, se producen algunos errores, no siempre achacables a problemas de audición. Se pueden atribuir, a veces, a defecto de conocimiento de la palabra o palabras erróneamente captadas. Se ha mencionado, en alguna ocasión, el ejemplo del himno a la Virgen de Guadalupe, en el que según una anécdota, verosímil, aunque poco creíble, algunos malentendían la letra así:


Somos los hijos del gran Pizarro,
los hijos somos del gran Cortés;
y en nuestro pecho, noble y Pizarro,
un almanaque que fuego es.

(Las palabras en negrita corresponden a otros tantos defectos de audición, o bien de desconocimiento de la palabra, o palabras correctas. Respectivamente, en este caso, “Hernán”, “bizarro” y “alma late”)

Recuerdo que, siendo yo niño, oía cantar a las chicas en corro, aquello de “Soy el farolero de la Puerta’l Sol”, donde las chavalas decían (o, al menos, así lo oía yo): “y siempre me sale la cuenta cagá”, cuando lo correcto era entender “cabal”. En otra de las canciones (“A la puerta está la ronda”...), las niñas modulaban (o yo lo escuchaba así) “la gallina colorada / nacida en el mes de enero”... En vez de “clavellina colorada”, que era lo correcto.
Entre las muchas canciones que yo escuchaba a mi madre, una de ellas era “Abuelita, ¿qué horas son?”. Mi madre tenía muy buen oído, en su juventud, tanto para la música como para las letras. En esa copla, según ella, se decía “y la buena viejecita más cundía su contento, / cada vez que los tres nietos levantaban el acento”... Buscando rastros de esta canción en Internet, encuentro que la letra correcta era “y la buena viejecita no escondía su contento”. A mí, sin embargo, me parecía lógico lo de “cundía”, pues lo interpretaba como “aumentaba”, en el sentido en que decimos que algo “cunde”: se multiplica, se propaga, etc.

Entre los que cantaban el “Cara al sol”, algunos entendían que decía “imposible el ademán”, donde los poetas de la Falange habían escrito “impasible”.

En las letras de las canciones y los himnos religiosos también se daban, con cierta frecuencia, gazapos de este tipo. Recientemente, me ocupaba yo de ‘colacionar’, no de ‘coleccionar’, (o quizás, también) todas las canciones religiosas que aludían al “Reinado” del Corazón de Jesús. Son varias. En una de ellas, se perciben ciertas incoherencias, debidas, precisamente, a que han sido mal asimiladas. Veamos, por ejemplo, la que empieza con la frase “Nuestro apostolado avanza...” He consultado la letra por Internet y se dan algunas variantes de transcripción. Ésta, por ejemplo: Nuestro apostolado avanza / porque, donde Cristo impera, / la oración todo lo alcanza... Esto parece ser lo correcto. Pero, como en el adverbio “donde”, en la canción, se da, entre las dos sílabas de la palabra, una cierta elongación de la primera sílaba, había quien entendía la frase así: porque don de Cristo impera” (entendiendo “don” como un sustantivo, seguido de una preposición) Pero para encontrar gazapos por un tubo en la letra de este himno se puede consultar una de las varias versiones viciadas del mismo, que ofrece Internet, aquí.

En el citado himno se dan, muy probablemente, otras ‘corrupciones’ textuales. Anotemos las que parecen más probables:

Después de la estrofa que dice: Entre sus pliegues [los de la bandera] tremola / promesa de gran valor, / hecha a un hijo de Loyola...Más adelante, después de los versos "Cristo ha de ser, Cristo ha de ser el Señor de la nación española", las mujeres en las procesiones, continuaban así: “¡Escúchalo, escúchalo, Satanás, / en tu rencor furibundo; / jamás, jamás te olvides, jamás, jamás!... Como la palabra 'promesa' es de género femenino, parece más coherente con la sintaxis decir: “¡Escúchala, escúchala, Satanás!”. Pero, bueno, podemos admitir lo de ‘escúchalo, escúchalo’ entendiendo que se refiere a lo dicho, o lo prometido, por Cristo en su supuesta revelación al P. Hoyos. Mas, a continuación, en vez de reproducir literalmente las palabras de la supuesta promesa “Reinaré en España, más que en todo el resto del mundo”, las cantoras de la procesión continuaban así: ¡Reinarás en España, y más que en todo el resto del mundo! Con lo cual parecían asegurar a Satanás (al que iba dirigida la apóstrofe) que sería él quien reinaría en España, en lugar de Cristo Rey, que era lo que preconizaban los jesuitas, denodados promotores de este “reinado”, pese a la afirmación categórica de Cristo en sentido contrario: “Mi Reino no es de este mundo” (Ioan.18.36)

Era muy confortadora la idea de que Cristo tuviera una predilección especial por España. Pero, desde luego, no nueva. Todo el Antiguo Testamento parte del supuesto de que Dios, en persona (o en personas), tuvo un “pueblo elegido”, un pueblo de su predilección: el israelita. Y un pacto o Alianza con dicho pueblo, por antonomasia llamado el “pueblo de Dios”.

Esto, en resumen, es lo que preconizaba la nueva devoción basada en la “promesa”. Lo criticable, lo ‘viciado’ de esta doctrina, era la pretensión de asociar el poder temporal a la fe religiosa. Desde esos presupuestos resultó justificable entender como una Cruzada la operación de exterminio de la izquierda, que llevaron a cabo, sistemáticamente, los mandos del ejército rebelde y la derecha, con la bendición y la aquiescencia de las jerarquías eclesiásticas.

El humanista extremeño Luis García Iglesias, académico de número de la Real Academia de las Letras y las Artes de Extremadura, en un interesante artículo* sobre el particular, aun reconociendo la saña anticatólica y antirreligiosa de ciertos sectores de la izquierda, reprobable por supuesto, no deja de notar lo criticable de la actitud opuesta, la que consistió en tratar de identificar el Reino de Cristo con la causa nacional.
______
* “Cristo Rey: El Sagrado Corazón de Jesús y la España Nacional”. Se publicó en la revista XX Siglos, t. IV, nº 14, pp. 34-48.

viernes, mayo 04, 2012

PUNTUALIZACIONES AL ENLACE DE LA ENTRADA ANTERIOR

Buscando en Internet información sobre el episodio de Salamanca referente al enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray, he topado con la grabación de cierta entrevista llevada a cabo por el conocido memorialista de Intereconomía, Alfonso Arteseros, teniendo como interlocutores a una hija de Millán Astray y al biógrafo del propio militar. Lo de que Millán tuviera una hija no me cuadra con el dato aportado por Wikipedia sobre Millán Astray. Allí se dice que la esposa del fundador de la Legión reveló a éste (tras el matrimonio) que ella tenía voto de castidad de por vida y, a partir de esa revelación, el militar aceptó vivir con ella "como una hermana". Conclusión: o la buena señora terminó rompiendo su voto, o la hija de Millán que vimos en la entrevista fue una hija extramatrimonial. Primera contradicción.



Otra cosa: según el citado comentarista remiendapifias, maquillador del régimen, en aquel célebre rifirrafe de Salamanca lo que Millán dijo exactamente no fue "muera la inteligencia", como se afirma, sino "muera la intelectualidad traidora". Pero, de haber sido así, no tendría sentido que Pemán corrigiera al botarate en estos términos: "¡No! ¡Viva la inteligencia!, ¡mueran los malos intelectuales!" La primera parte de esta frase contradice la blasfemia previa de Millán condenando la inteligencia. La corrección de Pemán tiene sentido como oposición a un previo "¡muera la inteligencia!" Más bien lo que ocurre, creo, es que, con el paso del tiempo, se ha corregido la insensatez de Millán partiendo de la puntualización de Pemán. Porque Millán, con su desaforada proclama, acababa de insultar a la inteligencia de las personalidades presentes, incluidas las del propio Pemán, la de Pla y Deniel, como autoridad eclesiástica, y la de Unamuno, como autoridad universitaria. Millán trata de imponer la razón de la fuerza, frente a la fuerza de la razón, representada por Unamuno. La brutalidad del mílite no para en barras; por más que ahora, después de tantos años, Arteseros trate de endulzar la píldora.

Aquel suceso daba la medida de la arrogancia con la que se pronunciaban los presuntos 'salvadores de la patria'.











* Caricaturas respectivas de Millán Astray, Unamuno y Pemán, vistos por Sirio (los dos primeros) y por Fresno, el último.

miércoles, mayo 02, 2012

LOS NOVIOS DE LA MUERTE

Ilustración de G. Doré para El Quijote (parte 1ª,cap. XXXIV)


______ "Nihil sub sole novum" (Eclesiastés, 1.10)
Cuando hablamos de los “novios de la muerte” pensamos, invariablemente, en los así nombrados por antonomasia, los soldados del cuerpo militar de la Legión. Como sabemos, este cuerpo fue fundado, hacia 1920, por uno de los mandos militares destinados a la zona de Marruecos, el entonces comandante Millán Astray. Pero la palabra ‘legión’ era, como también sabemos, mucho más antigua, de la época romana; e incluso la psicología del legionario, especialmente en su rasgo más esencial y característico, como es el “amor a la muerte”, no constituía ninguna novedad en la historia de la milicia. Ya hubo “novios de la muerte” en la antigüedad; de lo que expresamente hay constancia por el testimonio poético de Lucano, el poeta cordobés, sobrino de Séneca y autor del poema sobre la guerra civil entre César y Pompeyo, poema conocido como la Farsalia. Los rasgos típicos del legionario, particularmente el del amor mortis, están suficientemente descritos en sendos pasajes de los libros IV y VI, respectivamente, del citado poema. Se refiere, el primero de ellos, al legionario Vulteyo; y, el segundo, al legionario Esceva. Nada mejor que acudir a los textos correspondientes para apercibirnos de que en ambos personajes se dan los rasgos característicos que configuran el perfil psicológico del legionario: la querencia de la muerte. Como el poema en cuestión ha sido magníficamente traducido por mi gran amigo (por desgracia, ya desaparecido) Antonio Holgado*, echaré mano de esa traducción que, por cierto, recibió el Premio Nacional de Traducción (1985).


En el primero de estos pasajes, Vulteyo, legionario de César, arenga a las tropas estimulándolas para el combate. Y las enardece descubriéndoles ese atractivo insospechado de la muerte:
‘He arrojado fuera mi vida, camaradas, y estoy, todo entero, empujado por los aguijones de la muerte inminente: es un delirio. Sólo a quienes ya roza la cercanía del destino les es dado conocer lo que los dioses ocultan a quienes han de vivir, para que puedan seguir viviendo: que morir es una felicidad’. (Farsalia, IV, vv. 516-520)
La proximidad de la muerte agudiza el deseo de entrar en contacto con ella, como si de una amada se tratase.
El segundo pasaje corresponde, como ya queda dicho, al libro VI, donde el legionario Esceva, también del bando cesariano, mata antes de morir, no sin declararse a su manera “novio de la muerte”:
Que reciba su castigo cualquiera que esperó el sometimiento de Esceva. Si de esta espada pretende la paz el Magno, que humille sus enseñas, rindiendo homenaje a César.¿O es que me consideráis semejante a vosotros e indeciso ante el destino? Vuestro amor a Pompeyo y a la causa del senado es menor que el mío a la muerte’. (id. ibid., VI, vv. 541-546)


Este fanatismo de la muerte, propio de ciertas individualidades, corresponde a la tipología en la que también podría encuadrarse el espíritu del legionario. Una vez más, resulta comprobada la sentencia del Eclesiastés, “nada hay nuevo bajo el sol”, citada en el epígrafe.
Llegados a este punto resulta oportuno recordar el episodio que tuvo lugar en el paraninfo de la universidad salmantina, con ocasión de celebrarse el llamado Día de la Raza (hoy se llama Día de la Hispanidad) el 12 de octubre de 1936. Ese día, a tenor del clima de guerra que ya se vivía en España, se pronunciaron unas palabras violentas contra el separatismo vasco y el catalán. La falta de sindéresis del orador y, especialmente, del fundador de la Legión, presente en el acto, no reparó en el detalle de que se hallaban también presentes, en el mismo, un vasco, el rector de la universidad, D. Miguel de Unamuno; y un catalán, el obispo Pla y Deniel. El episodio es de sobra conocido y se ha comentado ampliamente en numerosas ocasiones. Se puede mirar en Google alguna de estas versiones, por ejemplo, la que proporciono aquí.
Por último, quiero hacer algunas observaciones a propósito del conocido himno que ha venido a ser el más representativo del talante legionario. Si bien, según se afirma, el himno oficial de este cuerpo es el que comienza con las palabras “Soy valiente y leal legionario”. La letra y música del “Novio de la Muerte” parece que fue originariamente la de un antiguo cuplé, que luego se adoptó como segundo himno oficial de la Legión.
Del análisis de esta otra versión del himno adoptado, se desprende que el auténtico legionario era un perfecto desconocido en el momento de su ingreso en el cuerpo militar:

Nadie en el tercio sabía
quién era aquel legionario,
tan valiente y temerario
que a la Legión se alistó.

A pesar de que “nadie sabía su historia”, se adivinaba que el recién llegado venía afectado por una fuerte conmoción espiritual, algo así como una desesperación que le movía a alistarse a ese determinado cuerpo militar:

Nadie sabía su historia,
mas la Legión suponía
que un gran dolor le mordía
como un lobo el corazón.

Respondiendo a las preguntas de quienes se interesaban por averiguar su origen y procedencia, el recién incorporado declaraba:

Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpas de fiera;
soy el novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tan leal compañera.
Y, a partir de esas declaraciones, los propios legionarios descubren que el desconocido es el modelo en el que deben mirarse, como el dechado de las virtudes con las que ellos mismos tienen que identificarse, en tanto que legionarios: los novios de la muerte.

El amor mortis (un Leitmotiv de la literatura universal) no parece, sin embargo, que pueda justificar, en ningún caso, el grito “necrófilo” (Unamuno dixit) que alguien profiriera un día en el paraninfo de la universidad de Salamanca: “¡Viva la muerte!”**.

Porque, como ya nos hizo ver el propio Unamuno, esa desaforada proclama equivale a decir: “¡Muera la vida!”.
_____
* Véase M. Anneo Lucano, Farsalia, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1984

** Para mi sorpresa, he descubierto que el poeta Luis Álvarez Lencero, a quien tengo en gran estima, suscribió la chocante paradoja en su poema titulado "La cosecha", del libro HOMBRE (1961): Viva la muerte hermanos Ser simiente es preciso (...) (El poeta no utiliza signos de puntuación: ni comas ni signos de admiración, etc. Sólo excepcionalmente, cuando no queda más remedio, utiliza el signo de interrogación. Y entonces, sólo al término de la frase. Es la norma que sigue en todo el libro)