miércoles, septiembre 29, 2010

UN CANÓNIGO PACENSE DEL SIGLO PASADO

No es que tenga nada que decir en particular de este señor de faz bondadosa, sólo que me examinó de la asignatura Religión cuando hice mi Examen de Estado hace ya muchos, muchos años. He buscado información a través de Google y veo pocos datos de su biografía. Lo recuerdo de mis tiempos de seminarista, cuando visitábamos la Catedral con ocasión de las grandes solemnidades religiosas y, especialmente, durante la celebración de la Semana Santa. Ya era canónigo, desde 1911 nada menos, Don Juan José Fernández y Sánchez Solana. Y fue nombrado arcediano de la Catedral en 1948. Fue por la década de los 50 del pasado siglo cuando le hice la caricatura que acompaña estas líneas. Conservo algunas caricaturas más de profesores míos por aquella época. Algunas ya han sido publicadas en estas páginas. Y otras irán saliendo más adelante, cuando se presente la ocasión propicia. O las vaya localizando entre mis viejos papeles.

miércoles, septiembre 22, 2010

AUN ASÍ LO RECOMIENDO






El director del Foro Zafrense, nuestro apreciable y apreciado Juan Carlos Fernández Calderón, me solicitó, hace algún tiempo, colaboración para una campaña de fomento de la lectura que dicho Foro había proyectado emprender a través de Radio Zafra. Según creí entender, la tal campaña partía de la recomendación de un autor (poeta, narrador o ensayista) de acuerdo con nuestra personal apreciación de sus valores literarios. Así, desde nuestra particular experiencia como lectores, podíamos ser correa de transmisión, que indujera a otros a la lectura del autor o el libro recomendado, valorado a través de nuestra propia sensibilidad.
A decir verdad, son varios los autores con los que, a lo largo de mi vida, he ido adquiriendo ‘familiaridad’ como lector: por una u otra razón, los admiro, los estimo, les debo muchos momentos de fruición estética, de espiritual deleite. Y me vienen a la memoria sus nombres: Virgilio (en latín, claro), San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Cervantes... Y, más cercanos en el tiempo, Rubén Darío, Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, García Lorca, Miguel Hernández...Y los hermanos Antonio y Manuel Machado.
Y, aunque considero un demérito de este último el haber ensalzado al dictador Franco (por culpa del cual, en última instancia, tuvieron que huir a Francia su propio hermano y la madre de ambos) prefiero pasar por alto esa flaqueza a negarle el reconocimiento que, sin duda, merece en su calidad de poeta modernista.
Ni fue el primero ni será el último de los poetas que prostituyeron su lira alabando a un dictador o a un tirano. Ya otro poeta, el catalán Manuel de Cabanyes, reprochaba esto mismo al poeta Horacio, adulador de Augusto. El mismo Virgilio también lo fue.

En el caso de Manuel Machado, salvado ese desliz o tacha de su, por lo demás, brillante ejecutoria como poeta, no dudaría en recomendarlo a los lectores; y más si son simpatizantes con el franquismo. Yo, desde luego, me quedo con el Manuel Machado de antes del franquismo: el de Alma, o el Ars moriendi. El Machado admirado por Unamuno, quien decía que el poema titulado Castilla podía valer por sí solo para hacer a su autor acreedor a la fama literaria y decía que este poema merecería estar en todas las antologías de la poesía castellana. Lo incluyo, a continuación, como la mejor credencial que reivindica la calidad poética del ‘hermano mayor de Antonio’.

_____Castilla______

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga...
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
−polvo, sudor y hierro− el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde... Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder.¡ Quema el sol! ¡El aire abrasa!

A los terrible golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde...Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules y, en los ojos, lágrimas.

Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

“Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El Cielo os colme de venturas...
En nuestro mal, ¡oh Cid!, no ganáis nada”.

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: “¡En marcha!”.

El ciego sol, la sed y la fatiga...
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
− polvo, sudor y hierro− el Cid cabalga.


El poema glosa un determinado pasaje del Cantar de Mio Cid (‘El destierro’, vv. 40-9)
aquí Todo el poema es de una insuperable maestría descriptiva. Abunda en admirables síntesis poéticas, como esa hipotiposis que reduce a tres magistrales pinceladas la descripción de la comitiva del Cid: “polvo, sudor y hierro”. El adjetivo ciego, aplicado al sol, constituye una hipálage: el sol es, más bien, ‘cegador’. Su efecto de reverbero en las armaduras nos personifica al astro rey, como un ‘ciego’ que se ‘estrella’ en las corazas. Y esos reflejos son como ‘llagas’ de luz.

La voz de la niña contrasta con la rudeza de los mesnaderos. Metafóricamente, esa voz es ‘de plata y de cristal’. El color rubio de su cabellera es ‘oro pálido’ que nimba, como un halo, ‘su carita curiosa y asustada’.

Expone la niña ante el héroe las amenazas que han recibido de parte del rey a todos aquellos que ‘socorran al Cid’. Sólo a la llegada a Burgos, hay un valiente, Martín Antolínez, que abastecerá al Cid y a los suyos, aun a riesgo de su propia vida.

Aquí resalta la heroicidad del Cid, que prefiere aguantarse con la sed y seguir adelante para no poner en peligro la vida de la niña y de sus familiares.¡Qué temple el de este Ruy Díaz de Vivar!

Estos sí fueron héroes, que no las mesnadas de aquellos que, apoyados por una morisma mercenaria, entraron a saco en poblaciones inermes
como un ejército liberador.