No es que uno sea gazmoño en asuntos de sexualidad, ni que uno no encuentre razonable e incluso recomendable el uso del profiláctico en las relaciones sexuales, si la ocasión lo requiere, a fin de evitar riesgos y evitárselos a tu pareja. Pero no conviene en ningún momento ‘confundir el culo con las Témporas’, que es lo que ha venido a hacer el vicesecretario general del PSOE, José Blanco, en sus recientes declaraciones a la televisión, alabando el fallo del Tribunal Supremo que ha juzgado improcedente la objeción de conciencia, aplicada al rechazo de la disciplina Educación para la Ciudadanía. Y, en consecuencia, declarando legítima la obligatoriedad de su enseñanza.
Blanco se felicitó por este resultado, que por fin viene a dar la razón a quienes creemos que el objetivo primordial de esa asignatura es fomentar en el educando el conocimiento de los valores y los principios democráticos. Hasta aquí todo bien. Entre los valores democráticos sobresale el de la libertad, valor sañudamente perseguido por los regímenes totalitarios y teocráticos. Donde Blanco ‘capotó’ fue cuando apeló al ejemplo del preservativo, como si perteneciese a los contenidos de la hasta ahora denigrada disciplina el caso particular de instruir a los alumnos (y a las alumnas) sobre cómo se usa un condón. ¡Ay, Pepiño, no me seas cazurro! Resulta que tú mismo, que por tu adscripción política deberías conocer a fondo los contenidos de la asignatura, pareces dar a entender que la profilaxis sexual forma parte de dichos contenidos. No hay que confundir la velocidad con el tocino ni, como he dicho hace un momento, “el culo con las témporas” (este es un típico latiguillo escatológico de los que tendré que volver a ocuparme otro día) No, Pepiño. La profilaxis sexual corresponde a la Higiene, disciplina que antiguamente era un subcapítulo de la Urbanidad. El homo urbanus era el habitante de la ciudad antigua. Mientras el homo rusticus era el que pasaba la mayor parte de su vida en el campo. Se suponía que, por disponer de medios más sofisticados, el homo urbanus era más educado que el rústico, más refinado, lo que no siempre tenía que ser verdad. Podríamos seguir divagando sobre lo ‘urbano’ (de ‘urbe’, ciudad) y lo ‘político’ (del griego ‘polis’, ciudad) como componentes típicos, aunque no esenciales del ser humano. Lo ‘político’ se referiría más bien a la aptitud del ser humano para vivir en sociedad, a su sociabilidad. Aquí encaja mejor la necesidad de una ‘educación para la ciudadanía’. Lo que no me he explicado nunca es la ‘enemiga’ de la jerarquía eclesiástica, su obcecado rechazo por una asignatura que lleva un nombre tan inocuo y tan inofensivo como el de Educación para la Ciudadanía. 'Enemiga' (es decir, inquina y rechazo) que han conseguido transmitir a sus parroquianos, feligreses, prosélitos, etc. Hasta el punto de hacerles ver que se trata de una disciplina nefasta para la cabal formación de los alumnos, algo así como la corrupción institucionalizada. No, señores eclesiásticos: no es lo que ustedes creen.
La educación para la ciudadanía es un corolario del Estado Constitucional, es decir, del Estado de Derecho y, como tal, un postulado de la democracia. Al oponerse (inconcebiblemente) a ella, ustedes se acreditan de ‘inciviles’, es decir, de ineptos para la democracia.
Con el fallo del Supremo esperamos que ustedes ‘entren en razón’ y se reconcilien con la democracia. Pueden, a no dudarlo, ganar adeptos y, sobre todo, conservar a los que ya tienen.
Blanco se felicitó por este resultado, que por fin viene a dar la razón a quienes creemos que el objetivo primordial de esa asignatura es fomentar en el educando el conocimiento de los valores y los principios democráticos. Hasta aquí todo bien. Entre los valores democráticos sobresale el de la libertad, valor sañudamente perseguido por los regímenes totalitarios y teocráticos. Donde Blanco ‘capotó’ fue cuando apeló al ejemplo del preservativo, como si perteneciese a los contenidos de la hasta ahora denigrada disciplina el caso particular de instruir a los alumnos (y a las alumnas) sobre cómo se usa un condón. ¡Ay, Pepiño, no me seas cazurro! Resulta que tú mismo, que por tu adscripción política deberías conocer a fondo los contenidos de la asignatura, pareces dar a entender que la profilaxis sexual forma parte de dichos contenidos. No hay que confundir la velocidad con el tocino ni, como he dicho hace un momento, “el culo con las témporas” (este es un típico latiguillo escatológico de los que tendré que volver a ocuparme otro día) No, Pepiño. La profilaxis sexual corresponde a la Higiene, disciplina que antiguamente era un subcapítulo de la Urbanidad. El homo urbanus era el habitante de la ciudad antigua. Mientras el homo rusticus era el que pasaba la mayor parte de su vida en el campo. Se suponía que, por disponer de medios más sofisticados, el homo urbanus era más educado que el rústico, más refinado, lo que no siempre tenía que ser verdad. Podríamos seguir divagando sobre lo ‘urbano’ (de ‘urbe’, ciudad) y lo ‘político’ (del griego ‘polis’, ciudad) como componentes típicos, aunque no esenciales del ser humano. Lo ‘político’ se referiría más bien a la aptitud del ser humano para vivir en sociedad, a su sociabilidad. Aquí encaja mejor la necesidad de una ‘educación para la ciudadanía’. Lo que no me he explicado nunca es la ‘enemiga’ de la jerarquía eclesiástica, su obcecado rechazo por una asignatura que lleva un nombre tan inocuo y tan inofensivo como el de Educación para la Ciudadanía. 'Enemiga' (es decir, inquina y rechazo) que han conseguido transmitir a sus parroquianos, feligreses, prosélitos, etc. Hasta el punto de hacerles ver que se trata de una disciplina nefasta para la cabal formación de los alumnos, algo así como la corrupción institucionalizada. No, señores eclesiásticos: no es lo que ustedes creen.
La educación para la ciudadanía es un corolario del Estado Constitucional, es decir, del Estado de Derecho y, como tal, un postulado de la democracia. Al oponerse (inconcebiblemente) a ella, ustedes se acreditan de ‘inciviles’, es decir, de ineptos para la democracia.
Con el fallo del Supremo esperamos que ustedes ‘entren en razón’ y se reconcilien con la democracia. Pueden, a no dudarlo, ganar adeptos y, sobre todo, conservar a los que ya tienen.