Mi amigo argentino Hildebrando Céspedes (Brando para sus amistades) me acaba de enviar, desde su “Buenos Aires querido”, como presente del Año Nuevo, una espléndida colección de tangos, distribuida en cuatro CDs, un muestrario de lo más completo de la historia del tango que haría las delicias incluso del porteño más exigente.
La selección de Brando incluye, junto a piezas que hicieron época y que son y serán éxitos permanentes, otras piezas rarísimas que tuvieron éxito en su día y que después, con el paso de los años, fueron relegadas al olvido. Salvo que todavía hoy, en algún lugar ignorado, algunos las recuerdan porque formaron parte de las vivencias de su juventud y las han transmitido, como un delicado tesoro, a sus descendientes. Este es el caso del tango titulado “Alma de payaso”, que yo oía cantar a mi madre y cuya letra, mecanografiada por mi padre en alguna de aquellas Hispano-Olivetti antiguas del ayuntamiento de Aceuchal, encontró un día mi hermana entre los papeles de nuestra madre: Alma de payaso,
no ves por qué las congojas
son flores que se deshojan
igual que tu ilusión.
Ríe tú, payaso,
esa es tu misión,
¡Qué importa que dentro
te llore el corazón!
Esta canción, de comienzo de los años 30, debió de sonar con frecuencia en los dancings de la época. Los jóvenes de entonces la sabían al dedillo y alguna enamorada llegó a bordar en el pentagrama de un pañuelo sus notas melódicas, como vemos en un primoroso trabajo del Museo Etnográfico de Olivenza (Badajoz)
El tango en cuestión es casi coetáneo mío: mi madre estaba novia todavía con mi padre (1930) Yo nací unos años después.
Me cuenta Brando (un verdadero entendido en la materia) que las versiones originales que hicieron Agustín Magaldi (1930) e Ignacio Corsini (1932) “fueron destruidas o arrojadas a la basura cuando la empresa disquera Víctor hizo una ‘limpieza total’ para dedicar el espacio de las matrices a un escenario donde músicos y cantantes grabarían sus audiciones en la nueva técnica de los discos Long Play de 33 ½ rpm”. Pero –añade– “por suerte, la empresa discográfica Columbia, que también remodeló sus estudios, tuvo mejor razonamiento al grabar en cintas magnéticas el material que se disponía a dar de baja. Gracias a esta acción, hoy tenemos registros de muchas obras de grandes músicas de todos los géneros, entre los que se encuentra el tango tan buscado por nosotros dos”
Curiosamente, el autor del tango, apodado “Pocholo” (Adolfo Pérez Gutiérrez) había vivido muy cerca del domicilio del propio Brando. Era hijo de padres españoles y falleció en 1977, a los 80 años de edad. Datos todos que debo a las diligentes pesquisas de mi buen amigo.
Gracias, amigo Brando, por tu magnífico regalo. El tango es la expresión más genuina del alma criolla, el tesoro imperecedero de vuestro folklore.
Siempre me deleité en la contemplación estética de este ritmo genial, en el que la fémina juega a ceñirse al varón como una liana, en ademanes sensuales y lúdicos amagos sugerentes de la copulación.
Y, aunque estén ya próximas a secarse “las pilas de los timbres”, todavía hoy, al conjuro de vuestros compases, se rejuvenece el espíritu y se recupera mágicamente, siquiera por momentos, entre las cenizas del tiempo, un ascua encendida de la juventud.
La selección de Brando incluye, junto a piezas que hicieron época y que son y serán éxitos permanentes, otras piezas rarísimas que tuvieron éxito en su día y que después, con el paso de los años, fueron relegadas al olvido. Salvo que todavía hoy, en algún lugar ignorado, algunos las recuerdan porque formaron parte de las vivencias de su juventud y las han transmitido, como un delicado tesoro, a sus descendientes. Este es el caso del tango titulado “Alma de payaso”, que yo oía cantar a mi madre y cuya letra, mecanografiada por mi padre en alguna de aquellas Hispano-Olivetti antiguas del ayuntamiento de Aceuchal, encontró un día mi hermana entre los papeles de nuestra madre: Alma de payaso,
no ves por qué las congojas
son flores que se deshojan
igual que tu ilusión.
Ríe tú, payaso,
esa es tu misión,
¡Qué importa que dentro
te llore el corazón!
Esta canción, de comienzo de los años 30, debió de sonar con frecuencia en los dancings de la época. Los jóvenes de entonces la sabían al dedillo y alguna enamorada llegó a bordar en el pentagrama de un pañuelo sus notas melódicas, como vemos en un primoroso trabajo del Museo Etnográfico de Olivenza (Badajoz)
El tango en cuestión es casi coetáneo mío: mi madre estaba novia todavía con mi padre (1930) Yo nací unos años después.
Me cuenta Brando (un verdadero entendido en la materia) que las versiones originales que hicieron Agustín Magaldi (1930) e Ignacio Corsini (1932) “fueron destruidas o arrojadas a la basura cuando la empresa disquera Víctor hizo una ‘limpieza total’ para dedicar el espacio de las matrices a un escenario donde músicos y cantantes grabarían sus audiciones en la nueva técnica de los discos Long Play de 33 ½ rpm”. Pero –añade– “por suerte, la empresa discográfica Columbia, que también remodeló sus estudios, tuvo mejor razonamiento al grabar en cintas magnéticas el material que se disponía a dar de baja. Gracias a esta acción, hoy tenemos registros de muchas obras de grandes músicas de todos los géneros, entre los que se encuentra el tango tan buscado por nosotros dos”
Curiosamente, el autor del tango, apodado “Pocholo” (Adolfo Pérez Gutiérrez) había vivido muy cerca del domicilio del propio Brando. Era hijo de padres españoles y falleció en 1977, a los 80 años de edad. Datos todos que debo a las diligentes pesquisas de mi buen amigo.
Gracias, amigo Brando, por tu magnífico regalo. El tango es la expresión más genuina del alma criolla, el tesoro imperecedero de vuestro folklore.
Siempre me deleité en la contemplación estética de este ritmo genial, en el que la fémina juega a ceñirse al varón como una liana, en ademanes sensuales y lúdicos amagos sugerentes de la copulación.
Y, aunque estén ya próximas a secarse “las pilas de los timbres”, todavía hoy, al conjuro de vuestros compases, se rejuvenece el espíritu y se recupera mágicamente, siquiera por momentos, entre las cenizas del tiempo, un ascua encendida de la juventud.